Puede que te hayas dejado llevar hasta aquí mecido por las olas o aprovechando la bajada de la pendiente. Es probable que tú ni siquiera desees encontrarte leyendo estas líneas o tal vez hayas esperado a estar a solas para encenderte un cigarrillo y te descubras en este lugar, que pertenece a ninguna parte, por propia voluntad.
Sea como fuere, ya has presenciado el crimen.
Y ahora formas parte de esto.
Ya eres Testigo de mis Errores.

viernes, 28 de octubre de 2011

Saco de boxeo.

Pensar en ti es volver a caerse de la bici, torcerse el tobillo, golpearse el codo, chocar el meñique del pie contra la esquina de la cama.
Se me hizo callo en el corazón con tantos golpes, y he estado limándolo, poquito a poquito, desde que nuestras camas están a mil kilómetros.

Ya no puedes hacerme daño. ¿Sabes qué? Ya casi no te extraño.

domingo, 9 de octubre de 2011

Saber latín.

Errare humanum est.

Qué catárquico resulta admitir la propia culpa, confesar el pecado ante Nadie y recibir de ese
Nadie el perdón para quedarte bien pulcra, bien inmaculada. Y como ya está todo dicho, os cuento que Dale Carnegie aseguró que hay un cierto grado de satisfacción en tener el valor de admitir los errores propios porque no sólo limpia el aire de culpa y actitud defensiva, sino que a menudo ayuda a resolver el problema creado por el error.

Puedo resumir la forma en la que resolvería el conflicto creado por mis faltas con una frase de Russell: "¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?"

Pues eso.