El chico sin nombre, sin papeles, se sienta todos los días frente al bar donde bajo a desayunar.
El chico sin nombre, sin papeles, tiene un gorro de lana de colores que apenas le tapa las orejas. También tiene unos guantes negros y una cazadora verde caqui que siempre lleva puesta.
El chico sin nombre, sin papeles canta bajito las canciones que su abuela le enseñó mientras cocinaba y él y sus hermanas desenvainaban los guisantes.
El chico sin nombre, sin papeles llora de frío y de pena, y estira su mano, para ver si alguien le da alguna moneda.
Pero no está. Nadie le ve. Nadie le oye. Nadie le abriga.
El chico sin nombre, sin papeles, sólo existe para aquellos quienes sabemos mirar y escuchamos su tristeza, y aún así sólo podemos arroparle con una sonrisa.