Y no me refiero a la medida de espacio que hay entre tu puerta y mi cama, ni a la del trayecto que recorre tu boca cuando te agachas para darme un beso, ni a la del interminable camino que recorro para ver tu ombligo.
Son las veces que dejas las caricias para luego, cuando crees que no me intersa qué has desayunado o visto en la tele después de comer, o ese momento en el que decides que prefiero no bailar contigo.
Cuando la distancia deja de medirse en metros, la soledad crece kilómetros.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
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Brutal la última frase.
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