J. me despertó para decirme que no volviese, que ya no quería verme nunca más.
Yo, que me había acostumbrado a llevar sus grilletes como si fuesen pulseras, siento el vértigo del preso que acaba de ser redimido.
La oquedad del hambriento.
La inquina del terrorista.
El abandono.
jueves, 29 de abril de 2010
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