Era un edificio sesentero, blanco y azul, con una entrada principal adornada con un ancla de verdad, enorme y vieja, que daba a un pinar muy mal cuidado que servía de aparcamiento. Tenía dos portales y no había ascensor. La casa estaba decorada con espantosos cuadros de motivos ecuestres y porcelana de todo a cien.
Pero la terraza...la comida allí sabía mejor. Y las confidencias por las noches también parecían más sinceras. Y los pinos, y las rocas, y a lo lejos las Cíes y Ons, y barquitos, y gaviotas, y el sol, y la arena entre los dedos y el olor a sal.
Mi cachito de mar.
domingo, 9 de mayo de 2010
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No suena nada mal.
ResponderEliminarQuiero ir a un sitio así!